[Reseña en Heraldo de Aragón]
Los cuatro hijos de Gabriel Delacruz viven en distintos países de Europa. No saben de la existencia de sus hermanos y no han visto a su padre en décadas. Cuando la policía lo da por desaparecido se conocen y empiezan a bucear en el pasado de Gabriel. Este es el detonante de Maletas perdidas (Salamandra, 2010), la primera novela de Jordi Puntí (Manlleu, 1967), que ha publicado los libros de relatos Piel de armadillo (Salamandra, 2001) y Animales tristes (Salamandra, 2004).
Los cuatro hijos –Christof, de Fráncfort; Christopher, de Londres; Christophe, de París y Cristòfol de Barcelona– reconstruyen la vida de un hombre esquivo y aficionado al juego, que se crió en la Casa de la Caridad de la Barcelona y trabajó en una empresa que realizaba mudanzas por Europa en los años 60 y 70. “La paradoja, al fin y al cabo, es que una vida tan solitaria como la de Gabriel pueda haberse trenzado con tantas personas distintas”, dicen los cristóbales, que cuentan a veces por separado y a veces como un coro los romances más bien accidentales de Gabriel con sus cuatro madres y su propio recuerdo misterioso y fugaz. La búsqueda de Delacruz les lleva hasta personajes fascinantes, como Petroli, un transportista aficionado a las reuniones de exiliados y a las mujeres mayores; la señora Rifà, que regentaba la pensión donde vivía Gabriel; o Bundó, su compañero inseparable, el apasionado de las prostitutas que se enamoró locamente de una de ellas.
Maletas perdidas es la historia de una investigación, la descripción de un personaje que siempre tiene un secreto inesperado y un retrato dickensiano y picaresco de la Barcelona de posguerra, con pensiones, tiendas de barrio y familias nacionalcatólicas, pero también es una novela europea. Los viajes de Bundó, Gabriel y Petroli les sacan de la España fosilizada del franquismo y les ofrecen una visión lateral de los cambios de la Europa democrática, de la libertad, las drogas y la música en Inglaterra o de mayo del 68 en París.
“Reducimos la vida a unas cuantas palabras, la simplificamos, pero su auténtico sentido es complejidad, contradicción, incertidumbre”, dice Cristòfol, antes de pedir “perdón por la filosofada”. Pero Puntí parece hacerle caso: arma una novela rica y poderosa, llena de detalles, simetrías y episodios brillantes. Los objetos impulsan el relato y producen emociones: desde el Pegaso que conducen los transportistas hasta los naipes que Gabriel esconde en su chaqueta, pasando por los juguetes que regala a sus hijos. Maletas perdidas también logra la verosimilitud a través de pequeños rituales, como los turnos de los camioneros, los cuentos eróticos que Bundó y Gabriel escribían en su adolescencia o los informes sobre el reparto de los hurtos que realizaban sistemáticamente en las mudanzas. El estilo juguetón y la narración arriesgada y hábil –que mezcla el humor y la tragedia, los sentimientos y el enigma familiar, lo extraordinario y el costumbrismo, el presente y el pasado– recuerdan a John Irving o Rushdie, y su rigor estructural y la potencia de lo que cuenta muestran a un novelista con una formidable capacidad de fabulación y persuasión.
© Daniel Gascón, Heraldo de Aragón, 25 de març del 2010
28 de març 2010
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